Yo, Pablo, que cuando estoy entre ustedes soy ciertamente humilde, pero atrevido cuando estoy lejos de ustedes, les ruego esto por la bondad y dulzura de Cristo:
Es verdad que aún somos seres humanos, pero no luchamos como los seres humanos.
Las armas con las que luchamos no son las de este mundo, sino las poderosas armas de Dios, capaces de destruir fortalezas
y de desbaratar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y de llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
Estamos listos para castigar toda desobediencia, una vez que la obediencia de ustedes llegue a la perfección.
Nosotros no nos atrevemos a igualarnos ni a compararnos con quienes se alaban a sà mismos; cuando ellos se miden con sus propias medidas y se comparan unos con otros, no demuestran buen juicio.
No nos jactamos desmedidamente en trabajos ajenos, sino que, a medida que crezca la fe de ustedes, esperamos ser engrandecidos entre ustedes, siempre dentro de nuestros lÃmites.