y por último se me apareció a mÃ, que soy como un niño nacido fuera de tiempo.
A decir verdad, yo soy el más pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol porque perseguà a la iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano, pues he trabajado más que todos ellos, aunque no lo he hecho yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.
Pero ya sea que lo haga yo, o que lo hagan ellos, esto es lo que predicamos y esto es lo que ustedes han creÃdo.
Pero, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo es que algunos de ustedes dicen que los muertos no resucitan?
Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó.
Y si Cristo no resucitó, nuestra predicación no tiene sentido, y tampoco tiene sentido la fe de ustedes.
Entonces resultarÃamos testigos falsos de Dios por haber testificado que Dios resucitó a Cristo, lo cual no habrÃa sucedido... ¡si es que en verdad los muertos no resucitan!
Porque, si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó;
y si Cristo no resucitó, la fe de ustedes no tiene sentido, y ustedes todavÃa están en sus pecados.
No preguntes tonterÃas. Lo que tú siembras no cobra vida, si antes no muere.
Y lo que siembras no es lo que luego saldrá, sino el grano desnudo, ya sea de trigo o de algún otro grano;
pero Dios le da el cuerpo que quiso darle, y a cada semilla le da su propio cuerpo.
No todos los cuerpos son iguales, sino que uno es el cuerpo de los hombres, y otro muy distinto el de los animales, otro el de los peces, y otro el de las aves.
Pero una cosa les digo, hermanos: ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios, y tampoco la corrupción puede heredar la incorrupción.
Presten atención, que les voy a contar un misterio: No todos moriremos, pero todos seremos transformados
en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, cuando suene la trompeta final. Pues la trompeta sonará, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados.
Porque es necesario que lo corruptible se vista de incorrupción, y lo mortal se vista de inmortalidad.
Y cuando esto, que es corruptible, se haya vestido de incorrupción, y esto, que es mortal, se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita: «Devorada será la muerte por la victoria».
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?
Porque el pecado es el aguijón de la muerte, y la ley es la que da poder al pecado.
¡Pero gracias sean dadas a Dios, de que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!