Asà que, si ella se une a otro hombre mientras su marido vive, comete adulterio, pero si su marido muere, ella queda libre de esa ley; de modo que, si se une a otro hombre, no comete adulterio.
Porque mientras vivÃamos en la carne, las pasiones pecaminosas estimuladas por la ley actuaban en nuestros miembros y producÃan frutos que llevan a la muerte.
¿Concluiremos entonces que la ley es pecado? ¡De ninguna manera! Sin embargo, de no haber sido por la ley, yo no hubiera conocido el pecado; porque si la ley no dijera: «No codiciarás», tampoco yo habrÃa sabido lo que es codiciar.
Pero el pecado se aprovechó del mandamiento y despertó en mà toda clase de codicia, porque sin la ley el pecado está muerto.
En un tiempo, yo vivÃa sin la ley, pero cuando vino el mandamiento, el pecado cobró vida y yo morÃ.
Entonces me di cuenta de que el mismo mandamiento que debÃa darme vida, me llevó a la muerte,
Podemos decir, entonces, que la ley es santa, y que el mandamiento es santo, justo y bueno.
Pero entonces, ¿lo que es bueno, se convirtió en muerte para m� ¡De ninguna manera! Más bien el pecado, para demostrar que es pecado, produjo en mà la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por medio del mandamiento llegara a ser extremadamente pecaminoso.
Sabemos que la ley es espiritual. Pero yo soy un simple ser carnal, que ha sido vendido como esclavo al pecado.
Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mÃ.
Entonces, aunque quiero hacer el bien, descubro esta ley: que el mal está en mÃ.
Porque, según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
pero encuentro que hay otra ley en mis miembros, la cual se rebela contra la ley de mi mente y me mantiene sujeto a la ley del pecado que está en mis miembros.
Doy gracias a Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Asà que yo mismo, con la mente, sirvo a la ley de Dios, pero con la naturaleza humana sirvo a la ley del pecado.