Cuando llegó la mañana, todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo se confabularon contra Jesús, para condenarlo a muerte.
Lo ataron y se lo llevaron para entregárselo a Poncio Pilato, el gobernador.
Cuando Judas, el que lo habÃa traicionado, vio que Jesús habÃa sido condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos.
Los principales sacerdotes tomaron las monedas y dijeron: «No está bien echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es el precio de sangre derramada.»
Al ver Pilato que no conseguÃa nada, sino que se armaba más alboroto, tomó agua, se lavó las manos en presencia del pueblo, y dijo: «Allá ustedes. Yo me declaro inocente de la muerte de este justo.»
Y todo el pueblo respondió: «¡Que recaiga su muerte sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»
Entonces les soltó a Barrabás, y luego de azotar a Jesús lo entregó para que lo crucificaran.
Por lo tanto, manda asegurar el sepulcro hasta el tercer dÃa; no sea que sus discÃpulos vayan de noche y se lleven el cuerpo, y luego digan al pueblo: “¡Resucitó de entre los muertos!†Porque entonces el último engaño serÃa peor que el primero.»
Y Pilato les dijo: «Ahà tienen una guardia. Vayan y aseguren el sepulcro como sepan hacerlo.»
Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia.