Y sucedió que el pueblo se quejó a oÃdos del Señor, y el Señor oyó sus quejas y ardió en ira, y un fuego del Señor se encendió en medio de ellos y consumió uno de los extremos del campamento.
Pero la gente extranjera que se mezcló con ellos sintió un apetito incontenible, y los hijos de Israel volvieron a llorar y dijeron: «¡Cómo nos gustarÃa que alguien nos diera a comer carne!
¡Cómo extrañamos el pescado que comÃamos en Egipto! ¡Y los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos que nos regalaban!
¡Ahora andamos con la garganta reseca, pues no vemos nada más que este maná!»
El maná se parecÃa a la semilla de culantro; tenÃa un color como de bedelio,
Vino entonces del mar un viento de parte del Señor, que trajo codornices y las dejó caer sobre el campamento. Éstas cubrÃan la superficie de la tierra hasta un dÃa de camino, por un lado, y un dÃa de camino por el otro, y se amontonaban a casi un metro de altura.
El pueblo estuvo levantado todo ese dÃa y toda esa noche, y todo el dÃa siguiente, para recoger codornices. El que menos recogió, hizo diez montones, y tendieron las codornices alrededor del campamento.
Pero todavÃa tenÃan la carne entre los dientes, todavÃa no la masticaban, cuando la ira del Señor se encendió entre el pueblo y los hirió con una plaga mortal.
Por eso el nombre de aquel lugar se llamó Quibrot Hatavá, porque allà sepultaron al pueblo glotón.
De Quibrot Hatavá, el pueblo se dirigió a Jaserot, y en Jaserot se quedó.