Have not I commanded thee? Be strong and of a good courage; be not afraid, neither be thou dismayed: for the LORD thy God is with thee whithersoever thou goest.
El rey Nabucodonosor mandó que se erigiera una estatua de oro en el campo de Dura, en la provincia de Babilonia, la cual medÃa veintisiete metros de alto y dos y medio metros de ancho.
Y asÃ, sátrapas, magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces y demás gobernadores de las provincias hicieron acto de presencia en la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor habÃa mandado erigir.
El pregonero anunciaba en voz alta:«A ustedes, pueblos, naciones y lenguas, se les ordena
que, al oÃr las bocinas y las flautas, los tamboriles, las arpas, los salterios y las zampoñas, y cualquier otro instrumento musical, se arrodillen y adoren la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha mandado erigir.
Todo el que no se arrodille ante ella ni la adore será inmediatamente arrojado a un ardiente horno de fuego.»
Por eso, en cuanto todos los pueblos, naciones y lenguas escucharon el sonido de bocinas, flautas, tamboriles, arpas, salterios, zampoñas y otros instrumentos musicales, se arrodillaron delante de la estatua de oro que el rey Nabucodonosor habÃa mandado erigir, y la adoraron.
Por esos dÃas, algunos caldeos aprovecharon la ocasión para acusar a los judÃos.
Se presentaron ante el rey Nabucodonosor y le dijeron:«¡Que tenga Su Majestad una larga vida!
Su Majestad ha decretado que, al oÃr el sonido de bocinas, flautas, tamboriles, arpas, salterios y zampoñas, y de cualquier otro instrumento musical, todos deben arrodillarse ante la estatua de oro y adorarla,
y que quien no se arrodille y la adore sea arrojado a un ardiente horno de fuego.
Pues resulta que Sadrac, Mesac y Abednego, esos judÃos a los que Su Majestad puso a cargo de los negocios de la provincia de Babilonia, no respetan a Su Majestad, ya que no adoran a sus dioses ni a la estatua de oro que Su Majestad mandó erigir.»
Pero aun si no lo hiciera, sepa Su Majestad que no serviremos a sus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que ha mandado erigir.»
Entonces Nabucodonosor se llenó de ira, y su semblante cambió en contra de Sadrac, Mesac y Abednego, asà que ordenó calentar el horno siete veces más de lo acostumbrado.
Fue asà como estos jóvenes fueron atados y arrojados, junto con sus mantos, sandalias, turbantes, y toda su vestimenta, a ese candente horno de fuego.
La orden del rey fue tan apremiante, y el horno estaba tan candente, que las llamas mataron a quienes arrojaron a Sadrac, Mesac y Abednego,
mientras los tres jóvenes caÃan atados dentro del candente horno de fuego.
El rey Nabucodonosor se espantó, y rápidamente se levantó y dijo a los de su consejo:«¿Acaso no eran tres los jóvenes que arrojaron atados al fuego?»Ellos le respondieron:«Asà es en verdad, Su Majestad.»
Y el rey dijo:«Pues yo veo a cuatro jóvenes sueltos, que se pasean en medio del fuego y sin que sufran daño alguno. ¡Y el aspecto del cuarto joven es como el de un hijo de los dioses!»
Dicho esto, Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno encendido, y dijo:«Sadrac, Mesac y Abednego, siervos del Dios altÃsimo, ¡salgan de allà y vengan acá!»Entonces Sadrac, Mesac y Abednego salieron del fuego,
mientras los sátrapas, los gobernadores, los capitanes y los consejeros del rey se juntaban para mirar a estos jóvenes, a quienes el fuego no habÃa podido quemarles el cuerpo, y ni siquiera un solo cabello de la cabeza. Sus vestidos estaban intactos, y ni siquiera olÃan a humo.
»Por tanto, yo decreto que todo pueblo, nación o lengua que profiera alguna blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abednego, sea descuartizado, y que su casa sea convertida en muladar. ¡Porque ningún dios hay que pueda salvar como este Dios!»