Por segunda vez vino a mà la palabra del Señor, y me dijo:
«Toma el cinturón que compraste, y que te has ceñido a la cintura, y disponte a ir al rÃo Éufrates para esconder el cinturón en la hendidura de una peña.»
Yo fui y escondà el cinturón junto al Éufrates, tal y como el Señor me lo ordenó.
Este pueblo malvado no quiere oÃr mis palabras. Anda divagando en su corazón y va en pos de dioses ajenos para servirles y adorarlos, pero vendrá a ser como este cinturón, que no sirve para nada.
Yo querÃa que toda la casa de Israel y toda la casa de Judá se juntaran conmigo, asà como el cinturón se junta a la cintura. QuerÃa que fueran un pueblo que me diera renombre, y que me alabara y honrara. ¡Pero no me hicieron caso!â€â€”Palabra del Señor.
Pero si no me hacen caso, mi alma llorará en secreto por culpa de la soberbia de ustedes; mis ojos se anegarán en lágrimas y llorarán amargamente, porque el rebaño del Señor será llevado cautivo.
«Diles al rey y a la reina que se humillen y se sienten en el suelo. Ha caÃdo de su cabeza la corona que les daba potestad.
¿Acaso pueden los etÃopes cambiar de piel, o los leopardos cambiar sus manchas? ¡Pues tampoco ustedes pueden hacer el bien, ya que están habituados a hacer el mal!
¡Ésa es la suerte de ustedes! ¡Ésa es la parte que les he asignado, por haberse olvidado de mà y por confiar en dioses falsos!—Palabra del Señor.