Tú los plantas, y ellos echan raÃces; crecen y dan fruto. Te tienen en la punta de la lengua, pero te mantienen lejos de su corazón.
A mà en cambio, Señor, me conoces. Tú me has visto y has puesto a prueba mi corazón. ¡Arrástralos al degolladero, como a las ovejas! ¡Márcalos para el dÃa de la matanza!
¿Hasta cuándo va a estar desierta la tierra, y marchita toda la hierba del campo? Por la maldad de quienes la habitan, faltan ganados y aves. Y es que dijeron: «Dios no verá nuestro fin.»
¡Hasta tus hermanos y tu familia se levantaron contra ti! ¡Hasta ellos gritaron a tus espaldas! Asà que no les creas cuando te hablen bien.
He dejado mi casa y descuidado a mi pueblo. Lo que yo más querÃa lo he entregado en manos de sus enemigos.
Mi pueblo es para mà como un león de la selva. Lanzó sus rugidos contra mÃ, y por eso lo aborrecÃ.
Mi pueblo es para mà como un ave de rapiña, rodeada por otras aves de rapiña a punto de atacarla; las hienas invitan a las fieras del bosque a juntarse para devorarla.
Muchos pastores han destrozado mi viña; han pisoteado mi propiedad. ¡Han hecho de mi bella herencia un desolado desierto!
La han dejado en ruinas, y desconsolada llora sobre mÃ; ¡toda la tierra ha quedado asolada, pero a nadie le importa!
Todas las alturas del desierto se han cubierto de destructores; la espada del Señor devora la tierra de un extremo al otro. ¡No hay paz para nadie!
Los que sembraron trigo, segaron espinos; ser dueños de la tierra de nada les sirvió. Por causa de la ardiente ira del Señor, sus frutos les son motivo de vergüenza.
Y si se dedican a aprender los caminos de mi pueblo y a jurar en mi nombre y decir “Vive el Señorâ€, asà como antes enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, entonces serán prosperados en medio de mi pueblo.