El dÃa veinticuatro del mismo mes, los israelitas volvieron a reunirse para ayunar, vestidos con ropas ásperas y con la cabeza cubierta de polvo.
Para entonces los israelitas ya habÃan apartado de sà a los hijos de extranjeros. Puestos de pie, los israelitas confesaron sus pecados y los de sus padres,
y asà de pie, durante tres horas escucharon la lectura del libro de la ley del Señor su Dios, y durante las siguientes tres horas el pueblo confesó sus pecados y adoró al Señor.
Tú, Señor, eres el único Señor. Tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todas sus huestes; tú creaste la tierra y el mar, y todo lo que hay en ellos; tú diste vida a todo cuanto existe; por eso las huestes celestiales te adoran.
Tú, Señor, eres el Dios que eligió a Abrán; tú le ordenaste salir de Ur de los caldeos; tú le pusiste por nombre Abrahán;
Tú los guiaste durante el dÃa por medio de una gran nube, y de noche iluminaste su camino con una columna de fuego, para mostrarles el camino que debÃan seguir.
Tú descendiste a la cumbre del monte SinaÃ; les hablaste desde el cielo y les diste consejos sabios, leyes verdaderas, y estatutos y mandamientos buenos.
Cuando tuvieron hambre, tú les diste a comer pan del cielo; cuando tuvieron sed, hiciste que brotara agua de la peña, y finalmente les diste posesión de la tierra, como habÃas prometido hacerlo.
»Pero ellos y nuestros padres se llenaron de soberbia, y en su obstinación no prestaron atención a tus mandamientos.
Se negaron a escucharte y se olvidaron de los hechos maravillosos que habÃas hecho por ellos; al contrario, se volvieron duros y rebeldes, y buscaron lÃderes que los guiaran para volver a caer en servidumbre.»Pero tú eres un Dios que perdona; eres un Dios clemente y compasivo; no te enojas fácilmente porque tu misericordia es grande; por eso no los abandonaste,
tú, por tu gran misericordia, no los abandonaste en el desierto: durante el dÃa, la columna de nube no se apartó de ellos para guiarlos en su camino; durante la noche, tampoco se apartó de ellos la columna de fuego para alumbrarles el camino que debÃan seguir.
Les enviaste tu buen espÃritu para instruirlos, y no les quitaste el maná con que se alimentaban ni les faltó agua para apagar su sed.
Durante cuarenta años los sustentaste en el desierto, y nunca nada les faltó, ni se gastaron sus vestidos, ni se les hincharon los pies.
Pusiste en sus manos reinos y pueblos, y los repartiste por distritos, y tomaron posesión de las tierras de Sijón, el rey de Jesbón, y de Og, el rey de Basán.
Les diste tantos hijos como las estrellas de los cielos, y los guiaste hasta la tierra que habrÃan de poseer, como lo habÃas prometido a sus padres.
Y sus descendientes tomaron posesión de esas tierras; tú les diste la victoria sobre los que allà habitaban, y ellos vencieron a los cananeos y a sus reyes, y a los pueblos vecinos, para que hicieran con ellos lo que quisieran.
»Pero provocaron tu enojo porque se rebelaron contra ti, y tuvieron en poco tus leyes; mataron a tus profetas porque les hacÃan ver su maldad para que se volvieran a ti, pero ellos cometieron actos muy repugnantes.
»Entonces los dejaste caer en poder de sus enemigos, que los afligieron en gran manera. Y cuando se vieron atribulados, te pidieron ayuda y tú, desde el cielo, los escuchaste, porque eres un Dios misericordioso, y les enviaste hombres valerosos para que los libraran del poder de sus enemigos.
»Pero una vez que estaban en paz, volvÃan a su mal comportamiento, y por eso tú los dejaste caer en poder de sus enemigos, y ellos volvieron a dominarlos. Pero volvÃan a pedirte ayuda, y tú, desde el cielo, te compadecÃas de ellos y los librabas.
Los reprendiste para que respetaran tus leyes, pero ellos, en su soberbia, no cumplieron tus mandamientos sino que se rebelaron contra tus juicios, por los cuales todo hombre que los cumpla, vivirá. Se rebelaron, se encapricharon, no quisieron escucharte.
Pero tú les tuviste paciencia por mucho tiempo, y por medio de tus profetas les diste muestras de tu espÃritu. Pero ellos no quisieron escucharte. Por eso los dejaste caer en manos de otros pueblos.
Gracias a tu gran misericordia, no acabaste con ellos ni los dejaste en el desamparo, porque eres un Dios clemente y misericordioso.
»Por eso, Dios nuestro, Dios grande, fuerte y temible, que cumples fielmente tu pacto y mantienes tu gran misericordia con tu pueblo, no tengas en poco todo el sufrimiento que han soportado nuestros reyes y prÃncipes, nuestros sacerdotes y profetas, nuestros padres y todo tu pueblo, desde que fuimos esclavizados por los reyes de Asiria hasta nuestros dÃas.
Tú has actuado con justicia en todo lo que nos ha sucedido, porque tú haces todo con rectitud; nosotros, en cambio, hemos hecho lo malo.
Ninguno de nuestros antepasados cumplió la ley: ni nuestros reyes, ni nuestros prÃncipes, ni nuestros sacerdotes ni nuestros padres. Ninguno de ellos obedeció tus mandamientos ni escuchó tus reprensiones.
Por eso hoy vivimos como esclavos de otros; somos esclavos en nuestra propia tierra, la tierra que prometiste a nuestros antepasados, para que disfrutaran de sus productos.
Sus frutos son abundantes, pero ahora van a parar a los graneros de los reyes que nos dominan, y todo a causa de nuestra maldad; ellos se han convertido en nuestros amos, en dueños de nuestro ganado, y hacen con nosotros lo que quieren. Y estamos en grandes aprietos.
»En vista de todo esto, hoy nos comprometemos contigo, y nosotros y nuestros prÃncipes, y los sacerdotes y los levitas, firmamos este compromiso.»