Ahora, hagan esto: una tercera parte de ustedes, los que pueden entrar en el dÃa de reposo, fungirán como porteros con los sacerdotes y los levitas.
Otra tercera parte estará en el palacio del rey, y la tercera parte restante estará en la Puerta del Cimiento. Todo el pueblo estará en los patios del templo del Señor.
Nadie podrá entrar en el templo del Señor; sólo podrán entrar los sacerdotes y los levitas que ministran, porque están consagrados. Todo el pueblo hará guardia delante del Señor.
Los levitas rodearán al rey por todos lados, y cada uno de ellos tendrá sus armas en la mano. Cualquiera que entre en el templo, morirá. Ustedes deben acompañar al rey cuando entre y cuando salga.»
Los levitas y todo Judá siguieron al pie de la letra las órdenes del sacerdote Joyadá. Cada jefe tomó a los suyos, tanto a los que entraban en el dÃa de reposo como a los que salÃan, porque el sacerdote Joyadá no dio a nadie permiso de ausentarse.
Además, el sacerdote Joyadá entregó a los jefes de centenas las lanzas, los paveses y los escudos que habÃan sido del rey David, y que estaban en el templo de Dios,
y puso en orden a todo el pueblo. Cada uno de ellos tenÃa su espada en la mano, desde el rincón derecho del templo hasta el izquierdo, hacia el altar y el templo, y por todas partes alrededor del rey.
Entonces sacaron al hijo del rey, le pusieron la corona y el testimonio, y lo proclamaron rey. Joyadá y sus hijos lo ungieron, mientras gritaban: «¡Viva el rey!»
Cuando AtalÃa oyó el estruendo de la gente que corrÃa, y de los que aclamaban al rey, fue al templo del Señor para encontrarse con la gente,
y al ver AtalÃa al rey a la entrada, junto a su columna, y junto al rey a los prÃncipes y los trompeteros, y que todo la gente se mostraba muy alegre y tocaba bocinas, y que los cantores dirigÃan la alabanza con instrumentos de música, rasgó sus vestidos y gritó:«¡Traición! ¡Traición!»